La pólitica no tiene que ver con ser de este partido o del otro. En su sentido más puro es el proceso orientado hacia la toma de decisiones para el beneficio de la sociedad. Es decir, para los individuos en su aspecto colectivo.
En medio de la campaña electoral en España (elecciones municipales y de las regiones autónomas) ha surgido un movimiento de personas de todas las edades y de una variedad de tendencias ideológicas que está pidiendo un cambio. Está formado por personas que se percatan de la profunda crisis de valores en la cual está hundido gran parte del mundo 'occidental' y que se hartan de las manipulaciones, mentiras y media-verdades de los partidos políticos y de los medios de comunicación.
Me ha llegado un video de unos 10 minutos en el cual José Luis Sampedro (escritor y economista español que aboga por una política y una economía "más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos") habla de la necesidad de cambio. Más bien habla de que el cambio es inevitable, ya que todo cambia. Es cuestión de si queremos dirigir este cambio hacía una mejor sociedad o no.
La sociedad influye enormemente en el individuo. El budismo tiene como foco el desarrollo espiritual del individuo, pero no por eso deberiamos olvidar que el individuo depende de sus condiciones, de su contexto, para poder realizarse. Una dinámica política y una economía carente de valores éticos son dañinas a todas las personas que dependemos de ellas. Vivir una vida 'espiritual' es también ayudar a crear condiciones que nutren y apoyan al individuo en sus esfuerzos para realizarse como ser humano y ser 'espiritual'.
El video me ha parecido muy digno de ver y nos invita a tomar conciencia de un aspecto importante de nuestra realidad.
jueves, mayo 19, 2011
martes, mayo 03, 2011
El arte como fuente y vehículo de cambio
Durante las vacaciones de Pascua aquí en Valencia (España) celebramos un retiro en el cual, aparte de la meditación y los rituales, exploramos la posibilidad de la creación de una nueva sociedad basada en nuevos valores.
Entre los distintas temas y varias actividades dedicamos un día a la exploración del arte y de la cultura, su lugar en la vida espiritual y en una sociedad que apoyaría el crecimiento y desarrollo espiritual del individuo.
Virginia Gonazález, una amiga y mitra de la Comunidad Budista Triratna, compartió en una charla sus reflexiones acerca del proceso artístico y en especial el proceso de crear una nueva rupa, o figura del Buda, para la sala principal del Centro Budista que Triratna tenemos en Valencia, España.
Me resultó muy interesante su aportación y le pedí mandármela para ponerla aquí. Espero que también resulte interesante a otras personas. Y no sólo a los que se dediquen al arte. Como ella misma escribe, el arte es un vehículo muy potente para el que lo practica, y todos, absolutamente todos tenemos potencial creativo.
Hola a todos.
Para los que todavía no me conozcáis, me llamo Virginia y soy mitra de la Comunidad Budista Triratna desde hace muy poco, sólo desde noviembre. Bueno, lo primero que quiero pediros es un poquito de paciencia y comprensión porque esta es la primera vez que doy una charla y no estoy muy segura de saber exponer mis ideas con claridad. De hecho llevo varias semanas en las que me surgen ideas sueltas sobre el tema de este encuentro, todo ello, desde luego, partiendo de la base de mi propia experiencia artística y de mi experiencia como budista. Así que mientras conduzco, friego, me limpio los dientes... ay, también mientras medito, se me han ido apareciendo argumentos sueltos en los que creo, aunque, claro está, sin mucha hilazón lógica. Porque ¿cuál es el tema por el que Amalamati, el director del Centro Budista de Valencia de Triratna, me pidió que hablase con vosotros esta tarde y por qué a mí? Bien, según tengo entendido hasta ahora el tema de hoy es el papel del arte en una nueva sociedad. Yo supongo que Amalamati me lo pidió porque sabe que llevo unos 20 años dedicándome a la escultura.
Ante todo quiero deciros que nunca me han gustado mucho las declaraciones que los propios artistas tienen de sus obras cuando las comentan y analizan. Siempre me ha parecido que me limitaban la visión que yo como espectadora podía tener de su obra. Pero en esta ocasión podéis estar tranquilos, porque no he venido a hablaros de “mi” obra. Y supongo que fundamentalmente porque no tengo casi obra. Sí, llevo más de 20 años dedicándome a la escultura, pero profesionalmente, para ganarme el sustento nada más. Quiero decir que no tengo obra íntima o personal.
Para los que todavía no me conozcáis, me llamo Virginia y soy mitra de la Comunidad Budista Triratna desde hace muy poco, sólo desde noviembre. Bueno, lo primero que quiero pediros es un poquito de paciencia y comprensión porque esta es la primera vez que doy una charla y no estoy muy segura de saber exponer mis ideas con claridad. De hecho llevo varias semanas en las que me surgen ideas sueltas sobre el tema de este encuentro, todo ello, desde luego, partiendo de la base de mi propia experiencia artística y de mi experiencia como budista. Así que mientras conduzco, friego, me limpio los dientes... ay, también mientras medito, se me han ido apareciendo argumentos sueltos en los que creo, aunque, claro está, sin mucha hilazón lógica. Porque ¿cuál es el tema por el que Amalamati, el director del Centro Budista de Valencia de Triratna, me pidió que hablase con vosotros esta tarde y por qué a mí? Bien, según tengo entendido hasta ahora el tema de hoy es el papel del arte en una nueva sociedad. Yo supongo que Amalamati me lo pidió porque sabe que llevo unos 20 años dedicándome a la escultura.
Ante todo quiero deciros que nunca me han gustado mucho las declaraciones que los propios artistas tienen de sus obras cuando las comentan y analizan. Siempre me ha parecido que me limitaban la visión que yo como espectadora podía tener de su obra. Pero en esta ocasión podéis estar tranquilos, porque no he venido a hablaros de “mi” obra. Y supongo que fundamentalmente porque no tengo casi obra. Sí, llevo más de 20 años dedicándome a la escultura, pero profesionalmente, para ganarme el sustento nada más. Quiero decir que no tengo obra íntima o personal.
Sin embargo, pensaba, pero ¿por qué Amalamati ha confiado en mí para hablaros del arte en la nueva sociedad? ¿Qué puedo rescatar de mi experiencia artística para vosotros? ¿Cómo ha cambiado mi visión del arte después de tanto tiempo dedicada a hacer escultura sin que figure mi nombre, siempre por encargo bajo premisas comerciales muy fuertes?, ¿cuáles son mis ideales y cómo los llevo a la práctica en mi quehacer diario? Estas preguntas me han enfrentado a muchos años en los que no había dejado espacio a ningún ideal, a ninguna premisa teórica, ninguna orientación que diera sentido a mi trabajo. Supongo que al repasar mis años de facultad, estas preguntas en mi cabeza…, ay, me han venido a la mente viejas reivindicaciones y teorías que imprimían a lo que yo hacía energía, vigor y, en suma, importancia (al menos eran importantes para mí) a mi obra. Pero en mi experiencia, y, por favor, tomad todo lo que os estoy diciendo hoy aquí sólo en relación a mi experiencia, sin mayores pretensiones. Como decía, en mi experiencia perdí la confianza en las teorías, los ideales, perdí la fe en mi “yo de artista” y también mi conexión más íntima con una obra. Y, salvo por esto último, quiero decir que este paso fue consciente y voluntario y que aún a día de hoy estoy muy contenta de haberlo dado. Supongo que puede sonar algo extraño…
Bueno, salí de Bellas Artes sin creencias artísticas ya, después de tanto postmodernismo y post-post lo que siguió. Salí corriendo con los ojos bien abiertos, asombrada de tanto ego de artista. Salí corriendo de mí misma…Pero al fin, ¿a qué me iba a dedicar? Pues salí corriendo… para recuperar un oficio. Sí, sólo tiempo después veo que éste es el gran beneficio de mi experiencia profesional. Y es ahora, si me permitís, cuando me gustaría echarle imaginación y retomar el espíritu de juventud para hacer una reivindicación. Quiero recuperar la importancia del arte como artesanía. Por supuesto no pretendo teorizar sobre el arte y la artesanía, sobre el valor de lo útil o inútil, sobre la valía de una “obra maestra” o una sencilla obra bien hecha. Sino que quiero reivindicar, mostraros en lo que valoro la artesanía como proceso creativo, como vehículo de experiencia. Al menos así ha sido para mí.
Vehículo!!!, me gusta mucho esa palabra. Sí, quizás me convence sobretodo en su acepción más pequeña, la de ser un “medio físico en que se transmite algo”. En fin, no me interesa expresar aquí la artesanía con mayúsculas como hacía John Ruskin, por favor, ha llovido demasiado, sino sólo como actitud. Decía que me gustaba mucho la palabra vehículo para el arte. El arte es un vehículo muy potente para el que lo practica (y todos, absolutamente todos tenemos potencial creativo..) Cuando tu imaginación te lleva a practicar, cuando comienzas a observar, escuchar, oler o gustar de manera creativa tu percepción de la realidad cambia; se ha llenado de matices, ha crecido, se ha expandido. El pintor ya mira de manera diferente las sombras, el músico, el silencio, una secuencia de vida. Esa diferencia es la que luego quiere expresar; una nueva interpretación, un cambio que se quiere transmitir a los demás.
Voy a hacer un inciso aquí. Y es que realmente creo que Amalamati me propuso charlar esta tarde con vosotros, no por mis años de artesana, sino porque recientemente he modelado una rupa, una figura del Buda, para el Centro Budista. Y sí, parece que voy a hablaros de mi obra… Quiero hacerlo sólo porque ha sido una experiencia muy intensa en la que he visto cómo aplicaba todos los beneficios de mi oficio en consonancia con mis ideales. ¿Cuáles son estas cualidades de mi oficio? Para mí, la artesanía como actitud significa compromiso y veneración, resolución y esfuerzo, humildad y confianza.
En el comienzo de este trabajo las ideas que más claramente me venían a la mente eran las de tradición y compromiso. Cualquier representación de un Buda pertenece a una tradición que honra un vasto legado de imágenes. Los honra por lo que son, su significado más allá de su forma, del tiempo y del espacio y por lo que son capaces de revelar de nuevo, en tanto que son una nueva visión de un pueblo, son una nueva forma. Cuando modelo figurativo, venero la tradición de formas que hemos heredado, de nuestras raíces iberas, griegas y romanas e intento aprender con respeto de todas las escuelas que inventaron las formas bellas.
Para mí, no salir huyendo cuando me pidieron modelar esta rupa, lo que fue mi primer impulso, suponía una gran responsabilidad. Como decía, por el compromiso con la tradición espiritual y con la tradición estética nuestra. La que está en nosotros, la de nuestra historia. Pero principalmente, sentía un compromiso humano, con la sangha y con el dharma, con cada individuo que después se pusiera delante de ella. Un compromiso de comunicación, de evocación y quizás, en el mejor de los casos de inspiración. Obviamente yo podía hacer muy poco aquí. Sólo crear una nueva forma. Lo único que podía ofrecer era la sinceridad de mi esfuerzo, mi voluntad de llevar a cabo el trabajo por los demás, por cada nueva mirada. Curiosamente mi forma de trabajar fue muy intuitiva. Y es cierto que, a pesar de que en mi profesión hay muchas premisas comerciales y estéticas, de lo repetitivo que pueda parecer, siempre me acerco a mi obra sin saber muy bien qué es lo que voy a hacer. Pienso ahora que esto es una pequeña argucia para enfrentarme al vacío del caballete. Porque lo primero que hay frente a mí es un gran vacío. Y en él comienzo. Y mis sensaciones son de gran curiosidad e incertidumbre cuando me doy cuenta de que no tengo casi control. Sólo trabajo. Voy y confío. Es un continuo esfuerzo. Días y días y meses sin ver nada. Sí, quiero recuperar una actitud que había en los talleres de arte de aprendizaje, esfuerzo y resolución. El mío es un esfuerzo sin una idea muy definida. Me refiero a que no tenía en absoluto ninguna imagen o un dibujo previo de cómo iba a ser el Buda, ni siquiera sabía muy bien cómo iban a ser sus dimensiones; sólo que se trataba de Sakyamuni. Por tanto, este esfuerzo sin idea, sin meta estética es como tirar a la diana con una venda en los ojos. Verdad que hice muchos, muchos tiros…
El esfuerzo como proceso creativo es muy interesante. Se convierte en una búsqueda con determinación, pero sin meta. Intento tras intento, sólo puedes seguir si tienes confianza. Pero ¿en qué tenía confianza? Porque después de meses de estar trabajando de esta manera, tienes una sensación muy inestable y hasta cierto punto frustrante, cuando una y otra vez haces y deshaces las cosas porque no son como “deberían” ser, pero no sabes cómo deberían ser. Haces y deshaces una cara un día y otro. Sólo la confianza en el proceso, la que depositaron en mí, la de mi oficio, hacía que me enfrentara a ello cada nuevo día sin armas intelectuales, sin presupuestos artísticos, sino tan sólo con sinceridad y entrega. Confianza en el trabajo en sí. Hubo muchos momentos en que pensé que no lo iba a lograr. Y esto mina, derriba cada día los pies del artista. Pero seguí trabajando en este vacío de presupuestos.
Todas estas actitudes, la veneración, compromiso, resolución, esfuerzo…del proceso me recuerdan mucho a los ingredientes que intento llevar a la meditación. Pienso que sí, hay muchas similitudes entre la meditación y la creación. Zas!!! Atrévete a saltar a tu vacío!
Bueno, salí de Bellas Artes sin creencias artísticas ya, después de tanto postmodernismo y post-post lo que siguió. Salí corriendo con los ojos bien abiertos, asombrada de tanto ego de artista. Salí corriendo de mí misma…Pero al fin, ¿a qué me iba a dedicar? Pues salí corriendo… para recuperar un oficio. Sí, sólo tiempo después veo que éste es el gran beneficio de mi experiencia profesional. Y es ahora, si me permitís, cuando me gustaría echarle imaginación y retomar el espíritu de juventud para hacer una reivindicación. Quiero recuperar la importancia del arte como artesanía. Por supuesto no pretendo teorizar sobre el arte y la artesanía, sobre el valor de lo útil o inútil, sobre la valía de una “obra maestra” o una sencilla obra bien hecha. Sino que quiero reivindicar, mostraros en lo que valoro la artesanía como proceso creativo, como vehículo de experiencia. Al menos así ha sido para mí.
Vehículo!!!, me gusta mucho esa palabra. Sí, quizás me convence sobretodo en su acepción más pequeña, la de ser un “medio físico en que se transmite algo”. En fin, no me interesa expresar aquí la artesanía con mayúsculas como hacía John Ruskin, por favor, ha llovido demasiado, sino sólo como actitud. Decía que me gustaba mucho la palabra vehículo para el arte. El arte es un vehículo muy potente para el que lo practica (y todos, absolutamente todos tenemos potencial creativo..) Cuando tu imaginación te lleva a practicar, cuando comienzas a observar, escuchar, oler o gustar de manera creativa tu percepción de la realidad cambia; se ha llenado de matices, ha crecido, se ha expandido. El pintor ya mira de manera diferente las sombras, el músico, el silencio, una secuencia de vida. Esa diferencia es la que luego quiere expresar; una nueva interpretación, un cambio que se quiere transmitir a los demás.
Voy a hacer un inciso aquí. Y es que realmente creo que Amalamati me propuso charlar esta tarde con vosotros, no por mis años de artesana, sino porque recientemente he modelado una rupa, una figura del Buda, para el Centro Budista. Y sí, parece que voy a hablaros de mi obra… Quiero hacerlo sólo porque ha sido una experiencia muy intensa en la que he visto cómo aplicaba todos los beneficios de mi oficio en consonancia con mis ideales. ¿Cuáles son estas cualidades de mi oficio? Para mí, la artesanía como actitud significa compromiso y veneración, resolución y esfuerzo, humildad y confianza.
En el comienzo de este trabajo las ideas que más claramente me venían a la mente eran las de tradición y compromiso. Cualquier representación de un Buda pertenece a una tradición que honra un vasto legado de imágenes. Los honra por lo que son, su significado más allá de su forma, del tiempo y del espacio y por lo que son capaces de revelar de nuevo, en tanto que son una nueva visión de un pueblo, son una nueva forma. Cuando modelo figurativo, venero la tradición de formas que hemos heredado, de nuestras raíces iberas, griegas y romanas e intento aprender con respeto de todas las escuelas que inventaron las formas bellas.
Para mí, no salir huyendo cuando me pidieron modelar esta rupa, lo que fue mi primer impulso, suponía una gran responsabilidad. Como decía, por el compromiso con la tradición espiritual y con la tradición estética nuestra. La que está en nosotros, la de nuestra historia. Pero principalmente, sentía un compromiso humano, con la sangha y con el dharma, con cada individuo que después se pusiera delante de ella. Un compromiso de comunicación, de evocación y quizás, en el mejor de los casos de inspiración. Obviamente yo podía hacer muy poco aquí. Sólo crear una nueva forma. Lo único que podía ofrecer era la sinceridad de mi esfuerzo, mi voluntad de llevar a cabo el trabajo por los demás, por cada nueva mirada. Curiosamente mi forma de trabajar fue muy intuitiva. Y es cierto que, a pesar de que en mi profesión hay muchas premisas comerciales y estéticas, de lo repetitivo que pueda parecer, siempre me acerco a mi obra sin saber muy bien qué es lo que voy a hacer. Pienso ahora que esto es una pequeña argucia para enfrentarme al vacío del caballete. Porque lo primero que hay frente a mí es un gran vacío. Y en él comienzo. Y mis sensaciones son de gran curiosidad e incertidumbre cuando me doy cuenta de que no tengo casi control. Sólo trabajo. Voy y confío. Es un continuo esfuerzo. Días y días y meses sin ver nada. Sí, quiero recuperar una actitud que había en los talleres de arte de aprendizaje, esfuerzo y resolución. El mío es un esfuerzo sin una idea muy definida. Me refiero a que no tenía en absoluto ninguna imagen o un dibujo previo de cómo iba a ser el Buda, ni siquiera sabía muy bien cómo iban a ser sus dimensiones; sólo que se trataba de Sakyamuni. Por tanto, este esfuerzo sin idea, sin meta estética es como tirar a la diana con una venda en los ojos. Verdad que hice muchos, muchos tiros…
El esfuerzo como proceso creativo es muy interesante. Se convierte en una búsqueda con determinación, pero sin meta. Intento tras intento, sólo puedes seguir si tienes confianza. Pero ¿en qué tenía confianza? Porque después de meses de estar trabajando de esta manera, tienes una sensación muy inestable y hasta cierto punto frustrante, cuando una y otra vez haces y deshaces las cosas porque no son como “deberían” ser, pero no sabes cómo deberían ser. Haces y deshaces una cara un día y otro. Sólo la confianza en el proceso, la que depositaron en mí, la de mi oficio, hacía que me enfrentara a ello cada nuevo día sin armas intelectuales, sin presupuestos artísticos, sino tan sólo con sinceridad y entrega. Confianza en el trabajo en sí. Hubo muchos momentos en que pensé que no lo iba a lograr. Y esto mina, derriba cada día los pies del artista. Pero seguí trabajando en este vacío de presupuestos.
Todas estas actitudes, la veneración, compromiso, resolución, esfuerzo…del proceso me recuerdan mucho a los ingredientes que intento llevar a la meditación. Pienso que sí, hay muchas similitudes entre la meditación y la creación. Zas!!! Atrévete a saltar a tu vacío!
La rupa. La obra cobra tanta independencia poco a poco, a medida que va adquiriendo su identidad, que verdaderamente, aunque siento cierto ligamen con ella, cada vez se me hace más extraña. Este momento es muy bello, porque cada día veo que mi papel cambia y me acerco a la mirada del espectador. Y me asombro, porque conforme la rupa adquiere su forma, y dejo de manipularla, dejo poco a poco de intervenir en ella generándola para intervenir en ella sólo observándola. Y me transformo en su primera espectadora. Y ahí la miro y me sorprendo de nuevo. Cuando por fin la figura “aparece”, siento que sólo tiene sentido por las miradas, las personas que se pongan delante de ella. Y esto también me recuerda a mis ideales budistas.
Sí, creo en el proceso creativo como actitud; como fuente y vehículo de cambio de unas personas a otras.
Y después de que mi labor termine, hay otras…llamémosle transformaciones, que le ocurren a la rupa hasta que llega a su forma definitiva, al menos como la vemos ahora. Me gustaría exponeros un juego de formas por las que pasa que creo que son interesantes por su poder real y simbólico. Y es así:
La rupa se comienza a modelar en barro hasta que se agotan las posibilidades del material, es decir, se hace el máximo de trabajo de volumen y de detalle que permite lo rudimentario y orgánico del material. El barro es húmedo y marrón oscuro. Sobre esta forma o contenido se hace un molde, un continente. El barro se quita del molde. Ya sólo existe el molde, el continente.
Este continente se rellena de escayola. Un nuevo contenido, con su nueva forma. El molde se pica todo para sacar la pieza de escayola de dentro de él, como si estuviera dentro de una piedra. Es decir, el continente se rompe y tenemos un nuevo contenido en escayola. La escayola es blanca, dura y seca. Se terminan todos los detalles a los que el barro no permitía llegar. Una vez concluida esta parte, se hace otro molde de silicona y escayola; un nuevo continente.
La forma de escayola se saca. El nuevo continente de silicona, vacío, se rellena de capas de cera hasta conseguir una nueva rupa. La cera es de color rojo intenso y ligeramente cálida. La cera se ensambla y repasa hasta rehacer de nuevo todos los detalles que se han podido estropear en el proceso. Sobre este nuevo contenido se hace otro molde interior y exterior de un material muy fino y resistente a altas temperaturas, normalmente con moloquita.
El nuevo molde junto con su contenido de cera se meten en el horno, de manera que la cera se derrite. De nuevo tenemos un continente vacío. Por último, se vierte bronce en él. Su contenido definitivo. El bronce sale con un color dorado apagado y es muy frío.
Cada nuevo continente, cada nuevo material ha agotado sus posibilidades ¡Qué bello juego de naturalezas, colores y realidades!
Pero todavía no acabamos ahí. Falta su envoltura definitiva, la pátina. Como sabéis, el bronce puede tener muchos colores en sus acabados. Los más comunes son verdes, pero los hay en óxidos de hierro, azules, blancos, negros.. Y aquí interviene la alquimia y un poquito de magia. Con ácidos, fuego y agua, fue maravilloso ver cómo la rupa iba cambiando de colores, echando humo y sudando óxidos. Ahora tenemos un Buda en óxidos de hierro. Naranjas, rojos y marrones como el cuero forman su cuerpo.
La rupa está en continuo cambio. Su proceso de patina nunca se estabiliza. Siempre cambiará de color.
Quiero volver a retomar el discurso trayendo a la memoria la presentación de la rupa a la sangha en el día de la Comunidad Budista Triratna. Después, mi amigo Abhayaka leyó unas palabras de El Sutra del Corazón que quiero volver a citar aquí: “Así pues, la forma no es más que vacuidad, la vacuidad no es más que forma, la forma es sólo vacuidad, la vacuidad sólo forma”
Pero para cerrar el círculo os contaré que hace un tiempo, mientras modelaba la rupa, leí unas palabras muy alentadoras. Y son de nuestro maestro Sangharákshita. Dice así: “Es posible desarrollar una clara percepción al observar una imagen de un Buda o un Bodhisatva, pero hay que reconocer la imagen por lo que es. Si la visión más clara surge mediante esta práctica no es porque se esté visualizando una imagen de lo trascendental, sino porque uno ve en ella lo real y lo irreal. En el transcurso de la práctica la imagen cobra vida de manera intensa, a la vez que uno reflexiona en que esto surge en dependencia de causas y condiciones y, por lo mismo, no es totalmente real. Al hacer esa reflexión uno advierte que ni el concepto de lo 'real' ni el de lo 'irreal' son suficientes para agotar la verdadera 'realidad' de la situación. La 'realidad' trasciende lo real y lo irreal, la existencia y la inexistencia.”
Sí, el espectador es el que crea de nuevo cada obra. Y con ello,… salta al vacío.
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